Por Jose Luis Sánchez
¿Has oído hablar alguna vez sobre la pescadilla que se muerde la cola?
De este dialelo e imagen simbólica nos vamos a ayudar para explicar la relación existente entre los problemas de salud mental y la exclusión social: determinadas circunstancias socioeconómicas van a dar como resultado un problema psicológico; y, del mismo modo, las personas que tienen un problema de salud mental van a verse afectados por la exclusión social al encontrarse en situaciones de pobreza. Es una relación circular, donde ambos factores se retroalimentan.
La pobreza es algo que vemos de manera muy habitual y frecuente. Pero puede que nos sea menos cotidiano detectar la asociación entre esta pobreza y los problemas de salud mental. Para relacionarlos, hay numerosos estudios que explican que tras la pobreza siempre hay acontecimientos vitales muy estresantes: dificultades económicas, conflictos familiares, cambios de residencia, desempleo, menores oportunidades educativas, mayor riesgo de exposición a situaciones violentas y traumáticas, discriminación social, etc.
Estas dificultades socioeconómicas hacen que la persona se vea sometida a un estrés que difícilmente puede soportar, aumentándose así las posibilidades de caer en una depresión, sufrir trastornos de ansiedad, trastorno por estrés postraumático, adicciones, problemas sociales y delincuencia, o dificultades académicas, etc.
Si observamos la pescadilla que se muerde la cola desde el otro lado, apreciamos lo siguiente: las personas que tienen problemas de salud mental tienen un mayor riesgo de llegar a una situación de pobreza y verse en riesgo de exclusión social. Así, los problemas psicológicos y sociales pueden interferir con el nivel educativo y/o laboral que una persona puede llegar a alcanzar, ya que una enfermedad mental no tratada supone, en muchos casos, un grado de dificultad añadido en este sentido. Además, las personas con diversidad mental no pocas veces han de hacer frente al estigma social y a los prejuicios, lo que implica una barrera añadida para encontrar un trabajo con el que poder disminuir el riesgo de pobreza y exclusión.
Los datos son bastante alarmantes respecto al nivel de pobreza en el mundo. Pero nosotros nos vamos a centrar en el panorama nacional y regional. La tasa media española de riesgo de pobreza o exclusión social se sitúa en un 26.6% según datos de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en el Estado Español (EAPN). En la región de Murcia, es superior a la media nacional, ya que se encuentra entre las más altas: un 34.7%. Tan sólo la superan Ceuta (35,8%), Andalucía (37,3%), Canarias (40,2%) y Extremadura (44,3%).
A la luz de los datos, podemos deducir que un gran sector de la población se va a ver afectado (o ya lo está) por problemas de salud mental y, al mismo tiempo, su situación socioeconómica no va a ser muy favorable.
Un aspecto a destacar es que las personas que viven en la pobreza tienen mayores dificultades para acceder a las terapias que han demostrado ser eficaces en el tratamiento de los problemas de salud mental. Por ejemplo, sólo el 13% de adultos con bajos ingresos y diagnosticados con trastorno por estrés postraumático reciben el tratamiento adecuado. Y se estima que el 75%-80% de los niños de familias con bajos ingresos no tienen acceso a los cuidados de salud mental que necesitan.
¿Cuáles son los problemas que se encuentra esta población más pobre a la hora de disponer de un tratamiento psicológico adecuado?
-Barreras logísticas: imposibilidad de asumir el coste económico de los tratamientos, o conciliar las condiciones de trabajo y una terapia; dificultades para acceder a centros de atención al estar distantes; desconocimiento de los recursos asistenciales.
-Actitudes y creencias sobre la atención en salud mental: temor a ser estigmatizado socialmente por estar en tratamiento psicológico, miedo a que el profesional le trate con prejuicios, a tener una mala experiencia, a perder la custodia de los niños, a ser separado de la familia, entre otras.
-Limitaciones del sistema asistencial: la falta de profesionales que conozcan la cultura y la lengua de los colectivos más afectados por la pobreza, los propios sesgos del médico/terapeuta, y el desconocimiento de aquellos recursos que mejor podrían satisfacer las necesidades asistenciales de las personas con bajos ingresos y problemas de salud mental.
Como conclusión, decir que habría que poner medios para intentar romper ese círculo vicioso que une pobreza y enfermedad mental. Para ello, los profesionales sanitarios deberían adoptar un enfoque diferente, flexible, próximo, y socialmente consciente. Pero también requiere, como sociedad, situar el foco de las prioridades en aquellos colectivos económicamente desfavorecidos. Éstos soportan unas condiciones de vida que ponen en riesgo su salud. Teniendo en cuenta el aumento de las cifras de pobreza, es posible que el tratamiento de los problemas de salud mental que se asocian a ella se convierta pronto, si no lo es ya, en una emergencia.