Por Irene Birruezo, alumna en prácticas en Fundación Soycomotu (4º de Psicología UCAM)
El 18 de febrero se conmemora el “Día Internacional del Síndrome de Asperger”, fecha que coincide con el nacimiento de Hans Asperger, pediatra austriaco quien, en el año 1944, describió por primera vez este diagnóstico, aunque no fue hasta 1994 cuando la Asociación Psiquiátrica Americana (APA) reconoció legalmente este síndrome, ya que hasta entonces las personas que poseían esta enfermedad se catalogaban como autistas de alto rendimiento, superdotados o simplemente como pacientes con trastornos generalizados del desarrollo no especificado.

El Síndrome de Asperger es una condición que se caracteriza por que las personas que lo padecen demuestran habilidades significativas en aspectos memorísticos, académicos o analíticos, lo cual les favorece en actividades curriculares y de enfoque científico; sin embargo, poseen ciertas limitaciones en sus relaciones sociales que los aísla de las demás personas, a menos que tengan puntos en común o afines.
Se cree que el Síndrome de Asperger representa una alteración del desarrollo con base neurológica, de causa desconocida en la mayoría de los casos, en la que existen diversidades en tres amplios aspectos del desarrollo: conexiones y habilidades sociales, el uso del lenguaje con fines comunicativos y ciertas características de comportamiento y de estilo relacionadas con rasgos repetitivos o perseverantes, así como una limitada pero intensa gama de intereses.
Todo ello provoca que el niño o la niña tengan dificultades para integrarse, algo que afecta también a la familia.
Estamos ante un problema psicosocial enmarcado por la estigmatización que se hace del niño, ya que el ser diagnosticado Asperger requiere de la comprensión de su diversidad y de las formas en las que el niño puede comunicarse. Gran parte del estigma hacia los niños con Asperger deriva de una sociedad desinformada y es común que se les etiquete como raros o excesivamente sinceros. A esto se le añade que se trata de un trastorno imperceptible a simple vista, y no un impedimento físico. Fitzpatrick (1990) señala que existe un menor estigma y unas actitudes más positivas hacia las personas que poseen un impedimento físico que hacia los que tienen algún problema de salud mental. La distancia de aceptación se debe al temor a lo desconocido y a lo impredecible.
Debido a las graves consecuencias derivadas de la discriminación y/o rechazo social, entre las personas con Asperger existe más de un 80% de desempleo y en la época escolar son víctimas de acoso escolar. Por ello, es urgente el desarrollo de campañas de sensibilización e información dirigidas tanto a población general como a población infanto-juvenil para dar una mayor y adecuada visibilidad a las personas que presentan este síndrome, como ciudadanos y ciudadanas de pleno derecho y totalmente válidas y útiles a la sociedad.