Por Voluntario
Fundación SoyComotu
Con motivo de la lectura en el Taller de Lectoescritura de la novela “Las uvas de la ira” de John Steinbeck, voluntario de la Fundación, decidió realizar un homenaje a la mítica carretera que sirvió de escape a millones de migrantes durante los años 30 del siglo pasado.
La Ruta 66 se ha convertido en la carretera más reconocible a nivel mundial. Ha sido el trayecto de los emigrantes, soñadores, desesperados y toda una generación de turistas descubriendo el camino hacia el Oeste. Un halo legendario rodea a esta larguísima carretera de 3.950 kilómetros que atraviesa los Estados Unidos desde Chicago hasta Los Ángeles.
“¿Cuál es el atractivo de la Ruta 66? Yo siempre he pensado que es una carretera romántica, nostálgica. Es una carretera para olvidar las prisas y tomarse su tiempo. A los europeos les encanta por los espacios abiertos. A los de la generación del baby boom les trae recuerdos de infancia. Muchas veces la gente trata de rememorar días pasados. Y creo que para muchos es un recuerdo de los años cincuenta, de unos tiempo sencillos y mejores”. Ramona Lehman, copropietaria del Munger Moss Motel de Lebanon, Misuri.
Se la conoce por varios nombres. La Ruta 66 y la Autopista Will Rogers fueron sus denominaciones oficiales. Will Rogers fue un humorista y cowboy muy popular en las décadas de 1920 y 1930. Asimismo, también le han nombrado como la Main Street of America al ser en su época de esplendor la vía de comunicación más importante entre los dos extremos del país, o la Mother Road, término este último acuñado por John Steinbeck.
La carretera se inauguró el 11 de noviembre de 1926 y pasó a formar parte de la Red de Carreteras Federales de Estados Unidos.
En la década de 1930 la carretera se encontraba saturada de emigrantes hacia el Oeste. Millones de personas utilizaron esta vía en busca de un futuro mejor. Los años 50 fueron los días gloriosos de la Ruta 66, cuando cientos de coches se agolpaban para alcanzar la frontera del Oeste. Hoteles, moteles, gasolineras, típicos restaurantes y la nueva América se extendía por todas partes. Sin embargo, los 50 también significaron el principio del fin. A raíz de la aprobación en 1956 por parte del gobierno federal de la Ley de Autopistas Interestatales, se comenzó a construir la red de carreteras de gran capacidad a imitación de las Autobahnen alemanas que construyó Adolf Hitler para favorecer un movimiento más rápido de sus tropas. Paralela a la Ruta 66 se construyó una de esas autopistas.
El fin oficial de la Ruta 66 llegó el 27 de junio de 1985 cuando fue descatalogada de la lista de carreteras federales, pasando cada uno de sus tramos a ser simples carreteras locales o a ser completamente abandonados. Actualmente se puede circular de forma cómoda por alrededor de un 85% de la carretera primigenia. Puede resultar complicado seguir el hilo de la carretera al haber sido robados muchos carteles históricos como recuerdo.
Pese a haber tenido ese final, la Ruta 66 pasó a convertirse en mito. Pero, ¿cuáles han sido las razones que han llevado a una carretera a ser tan conocida? En primer lugar, fue usada como carretera de emigración con todo el drama que esa situación provocó. La dureza de atravesar la carretera por su longitud y sus condiciones geográficas es otro factor a tener en cuenta. También ha tenido mucho que ver la exportación de la cultura americana al resto del mundo a través de la globalización, que ha favorecido que la Ruta 66 sea conocida fuera de Estados Unidos.
La Ruta 66 como carretera de emigración
Durante la década de 1930, la Gran Depresión americana junto con la Dust Bowl o Tormentas de Polvo que afectaron a la zona de las Grandes Llanuras, obligaron a millones de habitantes de los estados del centro a emigrar hacia California. Al ser por aquel entonces la vía de comunicación más importante con la costa del Pacífico, la convirtió en una carretera de emigración. Demasiado desarraigo, demasiado drama y demasiada muerte se vivieron a lo largo de la Ruta. Miles de familias desahuciadas recorrieron su asfalto en busca de un porvenir que les era negado una vez alcanzado su destino. Partían con lo puesto en auténticas tartanas que no proporcionaban ninguna garantía de cruzar los complicados puertos de montaña y los desiertos por los que transcurre. Las promesas y los anuncios de hipotéticas demandas de jornaleros, que los grandes terratenientes californianos lanzaban hacia el este, generaron un enorme efecto llamada con el propósito de saturar la oferta de mano de obra y, por consiguiente, acabar depreciando los salarios a un nivel con el que les era imposible alimentarse.
A nivel literario, la obra del escritor John Steinbeck “Las uvas de la ira” es el testimonio más clarificador y acertado sobre estos hechos. Más que plantear un problema económico, la novela se centra en narrar el trauma psicológico sufrido por una familia despojada de la mayor parte de sus propiedades y sin perspectivas de futuro. En uno de los más memorables pasajes del libro ese desarraigo adquiere tintes antológicos cuando la madre, frente a una hoguera, debe elegir de entre todos sus recuerdos y efectos personales cuáles se lleva y cuáles quema.
“Mira, sabes muy bien lo que podemos y no podemos llevar. Vamos a ir acampando: algunos recipientes para cocinas y lavar, y colchones y edredones, faroles y cubos, y un trozo de lona. Lo usaremos como tienda de campaña. Esa lata de queroseno. ¿Sabes lo que es eso? Es la cocina. Y la ropa… coge toda la ropa. Y… ¿el rifle? No me iría sin el rifle. Cuando ya no tengamos zapatos, ropa y comida, cuando no nos quede ni esperanza, aún tendremos el rifle. Cuando el abuelo llegó —¿te lo he contado?— tenía pimienta, sal y un rifle. Nada más. Eso nos lo llevamos”.
En la novela se trata la dicotomía del individualismo frente a la cooperación, explotadores frente a explotados. Se presenta a una sociedad en la que la búsqueda del bien común es una quimera. Y se critica la obsesión de los codiciosos lobbys agrícolas por conseguir una mayor productividad a costa de convertir en ciudadanos de segunda y matar de hambre a sus compatriotas americanos. Todo ello con la complicidad de las fuerzas del orden. Se pierde por completo el respeto a la vida ajena.
“A mi madre hace tiempo que no le decían señora”.
“La verdad es que ésta no es una tierra de leche y miel. Aquí hay mucha vileza. Los de aquí nos tienen miedo a los que venimos de fuera, por eso tienen policías para que, a su vez, ellos nos asusten a nosotros”.
El modelo de sociedad americano basado en el crecimiento económico se derrumba. Se palpa la injusticia en cada página del libro. Y frente a todo ello, una familia en la que impera la cooperación.
“No existe un alma para cada uno, más bien existe un pedacito para cada uno de algo más grande y universal”.
Todos estos factores de desarraigo, abuso y desesperanza han influido de una forma u otra en el inconsciente popular y en la percepción que la sociedad americana tiene de esta carretera.
La dureza del recorrido
Dadas las lamentables condiciones técnicas de los medios de transporte con los que se trasladaban los emigrantes, unidas a la complicada geografía que atraviesa la carretera, hacían que el viaje por la Ruta 66 se convirtiese en una odisea, hasta el punto de correr el riesgo de quedarse tirados en pleno desierto. Fueron muchos los que perecieron a causa de estas terribles condiciones. Con los medios disponibles actualmente este viaje puede ser considerado un atrevimiento, pero en aquella época era mucho más que eso.
“Si pudiéramos llegar a California, donde crecen los naranjos, antes de que esta cafetera explote. Si pudiéramos…”. John Steinbeck, “Las uvas de la ira”
La Ruta 66 atraviesa un total de ocho estados a lo largo de sus 3.950 kilómetros. Para hacernos una idea de la ingente cantidad de recursos que se tuvieron que invertir en la construcción de esta carretera, esa distancia es aproximadamente la que separa Murcia de San Petersburgo. Los estados que atraviesa son Illinois, Misuri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California.
El camino hacia el Oeste parte desde la ciudad de Chicago y concluye en Santa Mónica, en la costa del Pacífico. Geográficamente podemos dividir la carretera en cuatro segmentos: las Grandes Praderas, las Montañas Rocosas, los desiertos de Sonora y Mojave, y la costa de California.
“La 66 es la ruta de la gente en fuga, refugiados del polvo y de la tierra que merma, del rugir de los tractores y la disminución de sus propiedades, de la lenta invasión del desierto hacia el norte, de las espirales del viento que aúllan avanzando desde Texas, de las inundaciones que no traen riqueza a la tierra y le roban la poca que pueda tener”. John Steinbeck, “Las uvas de la ira”
A lo largo de los 2.000 primeros kilómetros, desde Chicago hasta la localidad de Santa Rosa, en Nuevo México, la carretera surca apaciblemente la planicie de las Grandes Praderas. En Chicago, la tercera ciudad más grande del país y situada junto al lago Michigan, podemos admirar sus enormes rascacielos. Aquí impuso su ley el mafioso Al Capone.
Abandonamos el estado de Illinois cruzando el río Mississippi a la altura de Saint Louis. En esta ciudad podemos visitar el impresionante arco Gateway Arch realizado en acero inoxidable y que conmemora la expansión de los Estados Unidos hacia el Oeste. Como curiosidad, también podemos adentrarnos en las Cuevas de Meramec, conocidas por haber sido la guarida del fugitivo Jesse James, un pintoresco personaje que sembró el terror en el centro de Estados Unidos a finales del siglo XIX mediante sus asaltos a trenes y a bancos, así como por haber estado involucrado en matanzas durante la Guerra de Secesión junto a su hermano. Después de este paréntesis en el camino, entramos en el estado de Misuri, donde atravesamos el frondoso Mark Twain National Forest.
Tras un breve paso por el extremo sureste de Kansas, alcanzamos Oklahoma, el estado desde el que partieron buena parte de los emigrantes hacia California. Cruzamos Oklahoma City y el verdor nos abandona. La carretera comienza su ascenso. La sección árida de la carretera nos da la bienvenida con sus inquietantes tonos ocres. Para cuando hemos alcanzado la ciudad de Amarillo, en Texas, ya hemos superado la cota de los mil metros de altitud. En Amarillo podemos visitar el monumento Cadillac Ranch, donde se expone en plan artístico una fila de vehículos Cadillac grafiteados y medio hundidos en la tierra. En la localidad de Adrian ya estamos a medio camino entre Chicago y Los Ángeles, aunque en la cercana Vega lo discuten y se disputan ese honor. Más adelante, ya en Santa Rosa, acaba la etapa llana y apacible de la carretera.
Comienzan las Montañas Rocosas. Albuquerque, a 1.600 metros de altura, se encuentra en la ribera alta del Río Grande. Este río es tristemente conocido por los espaldas mojadas, inmigrantes ilegales que cruzan este río en la frontera con México. Entre Gallup, en Nuevo México y Flagstaff en Arizona, la carretera serpentea montañas de más de tres mil metros de altitud. En este tramo se localizan varias reservas indias de las tribus apache y los navajo. Existen innumerables tiendas de recuerdos indios por el camino. Nos podemos alojar en el Wigwam Motel, localizado en la localidad de Holbrook, donde resulta pintoresco el hecho de que las habitaciones son una imitación de las chozas o tipis de los indios apaches. A unos 60 km antes de llegar a Flagstaff nos quedaremos sin palabras al admirar el cráter Barringer de 1.200 metros de diámetro por 170 metros de profundidad, originado como consecuencia de un meteorito caído hace cincuenta millones de años. Un poco más adelante nos despedimos de las Rocosas.
Pero comienza el desierto. Más de 600 kilómetros de tortura hasta Barstow. Primero, en Arizona nos topamos con el desierto de Sonora. En este tramo podemos visitar la minera Kingman y la pistolera Oatman. En ambas poblaciones el tiempo parece haberse detenido en la época de las películas del Oeste. Cuando llegamos a Needles, el río Colorado marca la entrada al último estado en el camino, California. Y aquí tenemos el mayor obstáculo de toda la Ruta 66, el desierto de Mojave. En esta zona, las temperaturas en verano alcanzan fácilmente los 50°C y la falta de humedad resulta agobiante. Los míticos árboles Joshua Tree, que inspiraron el nombre de un disco de U2, se pueden observar por esta zona.
Al llegar a Barstow, divisamos un muro de montañas que interrumpen tanta monotonía. Tras un fuerte descenso cruzando esas montañas desde los 1.200 metros hasta los 100 metros de altitud en apenas 30 kilómetros, por fin hemos llegado a nuestro destino, la cuenca de Los Ángeles, una enorme megalópolis de 9 millones de habitantes. En la ciudad de Santa Mónica encontramos la placa que marca el final de la mítica Ruta 66.
La Ruta 66 como producto de la cultura capitalista
La cultura capitalista procedente de Estados Unidos impregna nuestras vidas. ¿Qué sucederá cuando todas las formas de comunicación se mercantilicen y la cultura se convierta también, inevitable y definitivamente, en una mercancía?
Éste es el desarrollo al que parece estamos asistiendo en la actualidad: la cultura, o las experiencias comunes que dotan de significación a la vida humana, está siendo arrastrada de forma inexorable hacia el mercado de la comunicación, donde se renueva con criterios comerciales.
Probablemente, la conclusión que podemos extraer de esta reflexión es que la reputación de la Ruta 66 a nivel mundial sólo se deba a que se haya convertido en un mero producto del marketing. A través de las películas y series de televisión americanas, que son el máximo exponente de la cultura capitalista americana, es como se ha dado a conocer la Ruta 66.
Referencias culturales a la Ruta 66
La Ruta 66 se ha convertido en sí misma en toda una subcultura dentro de la cultura americana. Podemos encontrar referencias a ella en numerosas empresas, bares, revistas, literatura, series de televisión, música rock y a las bandas de moteros. Se utiliza frecuentemente su nombre en marketing para resaltar el vínculo de un producto con la cultura americana.
Una serie de televisión americana emitida entre 1960 y 1964 llamada Route 66 narraba la historia de dos jóvenes en busca de aventuras por las carreteras de Estados Unidos a bordo de un Corvette. Desde entonces, a este coche se le suele identificar con esta carretera.
La empresa americana Phillips 66 es una petrolera con sede en Houston. Sus orígenes se encuentran en la ciudad de Tulsa, atravesada por la Ruta 66, donde dos ingenieros químicos decidieron probar una nueva gasolina a finales de los años veinte.
La revista Ruta 66 lleva editándose en España desde hace treinta años. La elección de este nombre no fue casual, pues con él sus editores intentaron remarcar sus preferencias hacia el rock & roll, el estilo musical preferido por los moteros americanos.
La Ruta 66 se puede atravesar en un coche alquilado, pero según los entendidos, la verdadera forma de sentirla es hacerlo en moto. El hecho de que tramos enteros fuesen abandonados como consecuencia de su descatalogación ha provocado que muchos pueblos, edificios, gasolineras y partes primigenias de la carretera se hayan convertido en lugares fantasmagóricos perdidos en medio de la nada y difíciles de localizar. Pues bien, los moteros americanos encuentran morboso localizar todas esas reliquias, y consideran que la única forma de lograrlo es realizarla sobre una moto. Por este motivo, el vínculo de las bandas moteras con la Ruta 66 es muy fuerte. Diferentes webs y asociaciones de moteros proporcionan información para aquellos que quieran realizar la ruta en moto.
“Me puedo imaginar a mi mismo traqueteando sobre esa cosa por toda la Ruta 66, con los auriculares puestos, cantando Sharp Dressed Man de los ZZ Top o el comienzo de Born To Be Wild de Steppenwolf. Pon tu moto a correr. Te aseguro que esa experiencia es mejor que la Viagra. ¡Lánzate a las dos ruedas!”. Billy Connolly, actor británico, productor del documental Billy Connolly’s Route 66.
2 Comments
Mª Nieves Martínez Hidalgo
Enhorabuena, un texto y unas fotos que nos llevan por parajes que hemos recorrido a través de películas o documentales, pero que ahora al imaginarlos a través de tus palabras cobran mayor fuerza. Un fuerte abrazo
juan jose regadera
Un trabajo excelente, realizado con gran sensibilidad y rigor periodístico. Enhorabuena por tu iniciativa de adentrarnos en el corazón de América. Un saludo.