Un Lienzo de sueños
“El Concurso de Paellas”
Por voluntario de la Fundación SoyComotu
“…La onomástica de la patrona ha llegado al barrio y desde bien temprano se palpa en el jardín el ambiente festivo. Veo a los zagales hacer estallar sus matasuegras a traición mientras más allá otros compiten en conseguir el mayor estrépito con sus dardos de petardo de Martinica en la punta. Las abuelas, riñéndoles, les hacen los coros. Veo también a una niña pequeña vestida de domingo que señala con sus deditos los molinillos de papel de colores estridentes situados en la parte delantera de los carros ambulantes; el papá se deja llevar por su manecita consintiendo. Con su otra mano libre, rastrea con pulgar e índice en su bolsillo superior la solitaria moneda de 50 pesetas con la que contentar a su pequeña y, de paso, comprarle al otro un paquete de sobres de cromos. ¡Un padre tiene que estar en todo!
Sigo mi paseo y observo cómo en torno a la pérgola se ha organizado el concurso de arroces como todos los años. Los jueces anotan en sus listas los números de los puestos en que los participantes decidieron realizar sus guisos.
En la tierra, sobre los suaves fuegos de ramas de limonero, los ayudantes colocan ladrillos sobre los que reposar las paelleras (no hay nada como el calor de los ladrillos para dejar el arroz en su punto). Los ingredientes aguardan pacientemente su sacrificio a mayor gloria de la Santa. Inmediatamente los concursantes comienzan a preparar sus comidas.
Aquí y allí cada uno dispone todo lo necesario: una garrafa grande de agua, un par de litros de aceite, bolsas de arroz dispuestas a pasar la criba del “puñao”, un plato de cristal transparente con los pimientos rojos troceados, colorante alimenticio, sal y enormes fuentes -según la apetencia del cocinero- con costillas de cerdo, carne de pollo o un conejo despiezado…
Los pimientos ya rechinan en la sartén mientras el olor a aceite caliente invade la plaza. Los devotos comienzan a salivar mientras se llevan una mano inconscientemente al estómago. ¡Grave error! ¿Acaso no sabéis que no hay que despertar al genio?
Bajo un emparrado cubierto de coloridas flores, un grupo de familiares y vecinos se admira de la maravillosa mutación que con su soplo de vida está a punto de llevar a cabo el improvisado alquimista de los rescoldos. ¡Feliz milagro el de los cuatro elementos!
¡Ay Prometeo! ¿Qué hubiera pasado si no hubieras robado el fuego?…”.
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