La adolescencia es un proceso vital que conlleva cambios a múltiples niveles, desde lo más fisiológico y biológico, a lo social, psicológico y emocional. Esta etapa vital refleja un momento de deconstrucción del que era un niño o niña, y comienzo de construcción del que será un adulto o adulta. Es habitual que este momento vital puede generar miedo e incertidumbre en las familias, pues estos cambios también se reflejan en el comportamiento e interacción entre los hijos/as y sus familias. Asimismo, también supone un duelo para las familias el dejar atrás a ese menor que era su hijo/a para acompañar al adulto/a en el que se está convirtiendo.
No es adecuado comparar las reacciones de nuestros hijos e hijas adolescentes con los nuestros, pues la diferencia del momento vital experimentado lleva a que estos sean muy distintos también. Lo que para nosotros como adultos puede no tener importancia para ellos si puede tenerla, y es fundamental comprender y validar sus experiencias y emociones. Este intento de comprensión puede llevarnos a preguntarnos: ¿Qué sucede en la cabeza de un adolescente que decide quitarse la vida? Se nos puede hacer realmente complicado tanto preguntarnos esto como intentar buscar una respuesta, pero según el Instituto Nacional de Estadística, 314 familias tuvieron que verse en esta situación en el año 2020.
Estos cambios frecuentes en el mundo adolescente, junto con la falta de herramientas o acompañamiento, y la sucesión de ciertos sucesos circunstanciales, a veces de difícil control, pueden llevar a que un menor caiga en un profundo desánimo, tristeza, desprecio y vacío, que puede conducir a querer simplemente dejar de sufrir.
Según Carlota Martínez, Educadora Social del Servicio de Educación Social del Ayuntamiento de Madrid, se ha incrementado notablemente el número de casos puntuales de menores y adolescentes con ideación suicida e intentos autolíticos. En estos casos, su trabajo como educadora social se basa en acompañar al menor y a la familia en el proceso de reengancharse a la vida, ayudando a los familiares a acercarse al universo adolescente, alejándose de los prejuicios.
Es fundamental el cuidado de nuestra infancia y adolescencia. En primer lugar, es realmente importante el respaldo de los servicios públicos de salud mental, actualmente saturados, hecho que refleja la necesidad de aumentar el número de recursos y profesionales de la salud mental para satisfacer la demanda actual. En segundo lugar, acciones concretas pueden contribuir a la salud mental de nuestros menores como:
- Fomentar la comunicación abierta, promoviendo la conversación y expresión alejada de juicios y minimizaciones. Poner por delante siempre la comprensión y validación de sus sentimientos y pensamientos.
- Educarnos y concienciarnos. Conocer más acerca de la salud mental adolescente y signos que podrían estar advirtiéndonos de que nuestros menores no están bien.
- Buscar ayuda profesional. Hemos aprendido a atender las necesidades médicas de nuestros hijos, que es mejor prevenir y cuidar la salud buco-dental y por eso les llevamos al dentista, o al oculista, al nutricionista, al pediatra para chequear su desarrollo evolutivo. ¿Entonces, por qué no cuidar su mente de la misma forma? Si sospechamos que un niño o un adolescente está atravesando un período de angustia, insomnio, problemas de alimentación, tristeza o ideación suicida, acude a un profesional especializado que pueda brindarle el apoyo que necesita.
- Apoyo continuo. Los jóvenes a menudo enfrentan un camino lleno de desafíos hasta llegar a la recuperación y estabilidad mental. Es crucial hacerles ver que pase lo que pase sus padres estarán siempre ahí a través de la escucha, apoyo, comprensión y evitando el estigma.
Tenemos un compromiso con los menores de este mundo, apoyémosles en este camino para que crezcan y se conviertan en adultos sanos, esperanzados y felices.