Por Carmen Cortijos Sánchez, logopeda y autista, voluntaria y activista en Fundación SOYCOMOTÚ
Las interacciones del día a día, las críticas (inclusive las constructivas), las bromas, la constante autocrítica provocada por fracaso (real o percibido) y el rechazo (real o percibido) de amor, aprobación o respeto pueden provocar explosiones emocionales que dejan a la persona totalmente desregulada. Esto se conoce como disforia sensible al rechazo (DSR).
A lo largo de mi vida he experimentado sensaciones de dolor psicológico e, incluso, físico al interactuar con otras personas (ya fueran familiares, amigos, compañeros, conocidos o desconocidos). Hasta ahora no sabía que esto era algo que les pasaba también a otras personas y que tenía un nombre, disforia sensible al rechazo.
El término DSR, acuñado por William W. Dodson, da explicación a por qué el rechazo tiene un impacto tan profundo en algunas personas. Actualmente, estoy empezando a resignificar mi vida, entendiendo que no soy simplemente una mujer muy sensible. Este es un fenómeno real, un rasgo que se ha utilizado en origen para hablar de las vivencias de personas con TDAH, pero, también, hay autistas que compartimos esta experiencia frente al rechazo. El estigma y las experiencias vitales previas de rechazo, aislamiento, comentarios y/o humillaciones pueden haber reforzado nuestro rechazo percibido (Sánchez, 2024).
Conocer y comprender lo que supone la DSR, en mi caso, es el primer paso para poder afrontarlo de una forma más adaptativa.
La DSR es una manifestación extrema de sensibilidad al rechazo que, según la Doctora Neff (2023), implica: dolor emocional intenso, sensibilidad al rechazo percibido, autoimagen negativa, ansiedad anticipatoria y renuncia a participar en situaciones de posible rechazo.
Me he criado en una familia tradicional y he recibido una educación en la que no se premiaba lo que se hacía bien, sino que se corregía y señalaba el error; había dificultades para demostrar afecto; no estaba bien llorar; se valoraba la productividad; se evitaba (y evita) el conflicto y se reprimían ciertas emociones consideradas negativas. La comunicación ha sido escasa y deficiente.
Siempre me he esforzado para que mi familia se sintiera orgullosa de mí. En cierta manera, nunca he considerado que estuviera a la altura de “sus expectativas” (las que yo imaginaba que tenían, en función de su forma de interactuar conmigo). Sentía pánico a enfrentarme a situaciones como, por ejemplo, certificar mi nivel de idiomas, hacer un máster, una oposición, enfrentarme a una entrevista de trabajo y/o trabajar en mi profesión (he hecho trabajos para los que se requería menor cualificación) por miedo a fracasar. “Fracasamos, fracasamos, fracasamos porque resulta que hemos decepcionado a todo el mundo e, incluso, a nosotros” (Detachment, 2012), debería creer más en mí.
Esas situaciones, además del acoso escolar del que fui víctima, mis pobres habilidades sociales y la creencia de que no me querían, me llevaron a pensar que tenía que ser más complaciente con los demás. Tenía la idea (todavía me cuesta deshacerme de ella) de que, si no me adaptaba a los gustos de los demás, no me iban a aceptar y es ahí cuando se deja la propia identidad a un lado, para crear una que agrade a todos (camuflaje o masking), pero esa no soy yo, ahora lo sé.
La DSR induce a que nuestro cerebro perciba el rechazo, incluso en situaciones neutras. A veces, un simple cambio en la manera en la que me han respondido a una muestra de cariño, me ha hecho retraerme y mostrarme más fría. Pensando que mi intensidad (que no sé regular muy bien) podría estar abrumando a la otra persona y por eso no me había dado el feedback habitual. Pero lo que suele pasar es que eso no tiene nada que ver conmigo, sino con situaciones de la otra persona que son ajenas a mí.
Otro asunto con el que lidio desde pequeña es la evitación del conflicto, en mi cabeza estaba instalado el pensamiento de que eso era algo terrible que terminaba con cualquier relación, así lo aprendí. Y cuando alguna persona de mi entorno me dice algo que pueda suponer un enfrentamiento, me quedo desarmada, no sé qué decir ni que hacer. Solo siento un gran sufrimiento que desemboca en llanto. Sin embargo, el conflicto no tiene que llevar necesariamente a la ruptura o el desastre; bien entendido, puede ser un impulso para la mejora.
Hace dos años, yo había adelgazado unos 20 kilos y hacía crossfit semanalmente. Mis padres que me han visto con sobrepeso, me decían que estaba muy delgada (yo no tengo una autopercepción clara, también he tenido TCA desde niña). Coincidió que unos amigos me invitaron a ir a su casa en Francia y fui a pasar con ellos unos diez días, durante ese tiempo me di permiso para disfrutar y probar la gastronomía típica de su región. Y cada noche hacían una cena especial, en la que invitaban a otros amigos para verme; uno de ellos, mientras estábamos comiendo (yo apenas había probado bocado) me dijo: “No comas mucho que si te pones gorda tu novio no te va a querer”, sentí tal malestar que ya no pude comer nada más. Antes de mi regreso, compré algunos productos típicos para que mis familiares los probaran. Al volver, fui a ver a mis tíos para darles su regalo, mi tía, que sabía de mis dificultades, me dijo: “¡Te has puesto más gorda! Se nota que has comido bien en Francia”. Aquellos comentarios sumados a otros factores me hicieron caer en una depresión que aún arrastro, de hecho, he engordado más de lo que había perdido y me cuesta mucho ponerme a hacer deporte.
De forma inconsciente he dejado que lo que me dijeron estas personas sea real para mí, una profecía autocumplida.
En otra ocasión, una amiga me pidió que la llamara -aclaro que cuando me llaman, aunque sea alguien conocido, me pongo muy nerviosa, no sé qué decir y me aturullo-. Mi amiga estaba atravesando una situación personal complicada y quería evadirse, me preguntó cómo estaba yo y, claro le conté mi annus horribilis; en seguida, empezó a despedirse. Yo percibí su prisa como algo extraño y sentí que algo no estaba bien, empecé a experimentar un gran malestar. Cuando colgamos, me dolía mucho el pecho, tenía un sentimiento de desazón y culpa. No debería haberle expresado mi malestar, (no sé dar consuelo a la gente, me bloqueo). Me sentí mal por días, pensado en que mi amiga no querría volver a hablar conmigo después de esa conversación. Necesitaba pedirle perdón, rectificar y no le dije nada, aunque me hubiera gustado hacerlo. Tampoco quise ser pesada, ni molestarla con mensajes después de que se terminara la llamada. Pero, no poder aclarar aquello, me dolía también. Desde pequeña he aprendido a ser obediente, he inhibido la rabia y las reacciones de desacuerdo. Cuando me he expresado ha sido a solas o contra mí. Tengo miedo a que mi reacción frente al otro sea desorbitada y pueda ocasionar daño a otros; pero el daño, sin querer, me lo estoy haciendo yo.
Otra situación que me lleva a experimentar malestar es cuando me escriben mensajes al teléfono. Muchas veces no sé qué contestar y tardo mucho en responder. Luego de eso, no me quiero meter en la aplicación para que no me vean en línea ¡Cómo si alguien fuese a estar pendiente de eso (ironía)! Esto me genera un sentimiento de vergüenza y un malestar que me cuesta gestionar. En el caso de que tarden horas o días en contestarme, siento que he hecho algo malo y que la persona a la que escribí, se ha enfadado y por eso no me habla. Me paso unos días con una sensación angustiosa que se termina en cuanto me contestan como si nada. Debería de ser más compasiva conmigo, porque yo también tardo en contestar y no es porque esté mal con el otro, es que no sé qué decir. Como se dice en mi casa, “no me gusta tirar puertas abajo” (quiere decir que no doy el primer paso, no llamo y no escribo para no molestar). Como no sé cuándo estorbo y cuándo no, prefiero no dar el primer paso en las interacciones, por miedo.
También me ocurre que, cuando estoy hablando con alguien importante para mí (ya sea en persona, mensaje o llamada), no atino a expresar lo que quiero decir, me voy por las ramas y termino contestando como si fuera tonta o así lo siento yo. Cuando la interacción acaba, empiezo a tener en mi cabeza el discurso que quería transmitir, pero ya voy tarde. Tras estos eventos, siento que no muestro de forma adecuada lo que sé, lo que llevo dentro, que me expreso en “japonés” y la otra persona no va a volver a contar conmigo. Luego necesito hacer comprobación con mis personas de seguridad, para saber si lo que he dicho o lo que he hecho, era adecuado o no. Todo esto es muy desgastante.
Una situación más que me genera DSR es la de mostrar mi desempeño en mi profesión, mis producciones, los textos que elaboro (desde una experiencia de crítica que tuve cuando era niña, en la que una persona cercana a mí me dijo que era cursi, no volví a escribir hasta hace muy poco tiempo), etc. Siento muchísimo miedo a la evaluación, los reviso, los repaso y los vuelvo a repasar en búsqueda del error. Después hasta que recibo la devolución de los resultados, me siento tan nerviosa que somatizo en forma de problemas gastrointestinales, agotamiento y dolor corporal. Esto ha hecho que tardara muchos años en atreverme a crear.
Este malestar que experimento, con situaciones como las he ido describiendo, altera mi capacidad para participar en las relaciones interpersonales, en eventos sociales y muchos ámbitos de mi vida. Siento una cantidad de sensaciones (a algunas emociones no sé ponerles nombre) que me superan en cuanto percibo el más mínimo indicio de crítica, cambio de comportamiento, comentario personal o rechazo. La DSR hace que se amplifiquen estas emociones llevándolas a niveles abrumadores. Hay una parte de mí, la racional que entiende que no tendría que sufrir ni preocuparme; pero la otra parte, la emocional, no se pone de acuerdo con la primera y me desbordo. Para intentar sobrevivir a estas emociones, muchas veces lo que hago es recurrir a la evitación para “evadir” la angustia; pero ¡oh, sorpresa! (ironía), se produce el efecto contrario. No se puede acallar la emoción evitándola, es necesario atravesarla porque si no se hace más fuerte. A pesar de todo, aunque suene paradójico, yo disfruto de la soledad, valoro mi tiempo conmigo misma, sé estar sola y ya no tengo miedo a que me abandonen. Esto no significa que quiera vivir en el ostracismo. Me gusta compartir mi tiempo con las personas a las que valoro. Pero me dolería que me rechazasen.
Saber del amor incondicional de mis padres hacia mí, fue un antes y un después (lo supe de forma explícita de adulta), contar con su apoyo es lo que me ha hecho despojarme de muchos miedos (todavía me quedan otros tantos, que voy trabajando); es lo que me ayuda a perseverar en la vida, en la búsqueda del bienestar emocional y es lo que me ha traído hasta aquí. Al conocer mi diagnóstico, también he podido experimentar el sentimiento de pertenencia, ya no me siento una persona rota o un bicho raro.
Gracias a mis seres queridos que me apoyan incondicionalmente. Gracias a Nieves, mi psicóloga que me guía y acompaña, estoy haciendo un gran trabajo de autoconocimiento; estoy dejando de culparme por lo que “tendría que” haber hecho y no he podido hacer; estoy aprendiendo a ver lo que hay y no lo que falta; estoy trabajando mi autoestima para mejorar; y me estoy atreviendo a escribir sobre mí; cosa que, como podréis adivinar, me da miedo.
Referencias
Dodson, W. W. (2024, 10 de julio). New Insights Into Rejection Sensitive Dysphoria. Additude. https://www.additudemag.com/rejection-sensitive-dysphoria-adhd-emotional-dysregulation/
Dodson, W. W., Modestino, E. J., Titiz Ceritoğlu, H., & Zayed, B. (2024b, 15 de julio). Rejection Sensitivity Dysphoria in Attention-Deficit/Hyperactivity Disorder: A Case Series. Acta Scientific | International Open Library | Journals Publishing Group. https://actascientific.com/ASNE/pdf/ASNE-07-0762.pdf
López, V. (2024, 18 de noviembre). Disforia sensible al rechazo: Una característica del TDAH, please… NeuroClass. https://neuro-class.com/disforia-sensible-al-rechazo-una-caracteristica-del-tdah/
Neff, M. A. (2023, 4 de octubre). Rejection Sensitive Dysphoria and Its Painful Impact. Insights of a Neurodivergent Clinician. https://neurodivergentinsights.com/blog/rejection-sensitive-dysphoria?rq=dysphoria
Reaño, E. (2024, 11 de marzo). Disforia sensible al rechazo. Ernesto Reaño. https://ernestoreano.pe/disforia-sensible-al-rechazo/
Sánchez, B. (2024, 10 de enero). Disforia Sensible al Rechazo – Bea Sánchez. Bea Sánchez – ACI y doble excepcionalidad. https://www.mamavaliente.es/2024/01/10/disforia-sensible-al-rechazo/
Sánchez, B. (2024a, 10 de enero). Disforia Sensible al Rechazo / 7 años sin WhatsApp [Video]. Bea Sánchez – ACI y doble excepcionalidad. https://www.youtube.com/watch?v=7cBNr_7z3Ac&t=2s&ab_channel=BeaSánchez
4 Comments
Nieves Martínez
Enhorabuena por este artículo tan valiente como interesante!
Carmen María Cortijos Sánchez
Solo tengo palabras de agradecimiento sincero por ser guía y apoyo, por impulsarme para tener más confianza en mí y por animarme a esto que me está sentando tan bien, esto de atreverse. Sin ti, no lo habría conseguido. GRACIAS
María
Sigue así, lo estás haciendo increíble!
Carmen María Cortijos Sánchez
¡Muchas gracias de corazón!