Por Nieves Martínez-Hidalgo
En un primer visionado de la película Joker queda claro que una persona no desarrolla un problema de salud mental ni por una deficiencia biológica o genética, ni por una limitación personal. Son muchos los factores familiares, socio-económicos y políticos que intervienen en el debut de una crisis de salud mental. La violencia estructural ejercida sobre ciudadanos y ciudadanas desde las propias instituciones del gobierno alienan y deshumanizan: los seres humanos nos transformamos en peones, en marionetas o “payasos” manipulados por los que detentan el poder: esto es, los que amasan enormes fortunas y esclavizan al resto, adocenándoles desde su más tierna infancia en escuelas encorsetadas de las que salen “robots” listos para trabajar en las empresas y subirse al tren de vida consumista, si se lo permite su estatus y no son directamente eliminados quedando al margen de la sociedad.
En esta película comprendemos que el comportamiento de Joker responde al malestar social existente fruto de tanta corrupción y miseria. Con la violencia, dicha situación logra repercusión mediática. El director de esta película pretende y logra finalmente sacar a la luz todas las deficiencias sociales que repercuten en problemas reales de los ciudadanos de a pie, mientras los políticos miran hacia otro lado