Por Mª Nieves Martínez-Hidalgo
No es necesario apresurarse. No es necesario brillar. No es necesario ser nadie más que uno mismo. Virginia Woolf
Vivimos inmersos en una sociedad patriarcal en la que el hombre sigue siendo el centro, incluso en el ámbito de la salud y de su investigación. Si eres hombre y acudes al servicio de urgencias de un hospital con ansiedad, dolor de pecho, dificultad para respirar, el protocolo de actuación será practicar un electrocardiograma para descartar una posible patología del corazón. Sin embargo, si eres mujer y presentas esa misma sintomatología, la prescripción facultativa consistirá en un orfidal sublingual, “lo nuestro, seguramente es ansiedad”. Este es tan solo uno de los numerosos ejemplos de la desigualdad existente en el acceso de las mujeres a los servicios de atención sanitaria.
En el área de salud mental, ser mujer y tener un familiar diagnosticado con esquizofrenia te puede llevar a morir tras permanecer 75 horas atada a una cama. Es el caso de Andreas, una chica de 26 años de edad que, a pesar de insistir en que su problema no era mental, fue ingresada en la unidad de psiquiatría del Hospital Central de Asturias (2017) sin serle realizada ninguna prueba para descartar patología orgánica. Falleció a los tres días de su ingreso por meningitis. Una mala praxis profesional, guiada por el estigma asociado a las personas con problemas de salud mental que pierden toda su credibilidad, puede llevar a la muerte.
El género es una construcción social con graves repercusiones políticas y relaciones de poder desiguales. Estas desigualdades sociales son un potente factor de riesgo que da lugar a que los diagnósticos de depresión y de ansiedad sean tres veces más frecuentes en mujeres que en hombres y que de cada 10 personas que consumen antidepresivos y ansiolíticos, más de 8 sean mujeres. Y esto no es debido a que las mujeres seamos más débiles, sino a los diferentes y numerosos roles que debemos asumir por el solo hecho de ser mujeres.
El estereotipo de “mujer moderna” va asociado a dar respuesta a numerosas demandas sociales: destacar en los estudios, en el trabajo, lucir atractivas, ser buenas esposas, madres atentas y perfectas amas de casa. Es lógico que las mujeres estemos más estresadas y que este estrés mantenido en el tiempo junto a la ausencia de colaboración por parte de la pareja en las tareas domésticas y en la atención a niños y mayores, a las desigualdades salariales ante el mismo trabajo, a las barreras, al llamado techo de cristal que dificulta el ascenso en los puestos de trabajo genera un agotamiento físico y mental que puede conducir a problemas de ansiedad y/o depresión.
A las mujeres se nos ha educado para que el amor sea el centro de nuestra vida bajo la creencia errónea de que darlo todo por un hombre es la única forma de que seamos felices. Sin embargo, las mujeres necesitamos elaborar nuestro propio proyecto de vida, un proyecto personal del que podrá formar parte o no el hecho de tener pareja e hijos, pero siempre dando prioridad al desarrollo de nuestra vocación, de nuestros deseos, valores e inquietudes. Renunciar a vivir tu vida o a tener una habitación propia, como decía Virginia Woolf en su novela, para ir detrás de ese “varón” idealizado puede conducirnos a situaciones de sumisión, violencia y maltrato. La presión social y las creencias sobre la necesidad de tener una pareja hace que muchas mujeres, a pesar de contar con proyectos personales de vida, se sientan vacías, insatisfechas o fracasadas si no consiguen mantener una relación de pareja “estable”.
La imagen social que todos hemos interiorizado sobre lo que supone ser mujer consiste en ser cariñosa, comprensiva, discreta y paciente, en intentar pasar desapercibida, evitar los conflictos, estar dispuesta de forma incondicional para el cuidado de la familia y para dar respuesta a todas sus demandas y necesidades. Al final, asumir todos estos roles por obligación conduce a sentimientos de rabia y de frustración que al no ser expresados devienen en malestares físicos y psíquicos que nos llevan a asumir una posición de víctimas desde la que es más difícil buscar alternativas y adoptar una postura más activa. Y el sistema sanitario al orientarse solo por el modelo biomédico y al no haber asumido la perspectiva de género no toma en consideración los diversos factores que inciden en la salud mental de las mujeres, considerando cualquier malestar como una enfermedad, medicalizando la situación, sin contemplar otras posibles soluciones al sufrimiento.
Es importante, por tanto, que las mujeres aprendamos a interpretar nuestro malestar como una señal de que necesitamos introducir cambios en nuestra forma de afrontar la vida y no como signo de que necesitamos tratamiento médico:
- No estamos enfermas, estamos hartas de tanta presión, infravaloración, desigualdad y sometimiento.
- No queremos pastillas, queremos igualdad y respeto.
- No queremos ayuda, queremos compartir responsabilidades domésticas y familiares.
- No queremos ser perfectas, tampoco heroínas, queremos el derecho a ser dueñas y protagonistas de nuestra propia vida.
- No queremos ser cuerpos/objetos de deseo, ni que nos digan guapas o feas, gordas o delgadas, jóvenes o viejas, queremos ser personas y poder caminar libres y sin miedo por las calles.
No hay barrera, cerradura, ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente. Virginia Woolf
4 Comments
Beatriz López Morales
Muy interesante y conmovedor
María Isabel
Cuanta razon reflejada en este artículo.
Nieves Martínez Hidalgo
Muchas gracias por tu comentario, Beatriz. Un abrazo
Beatriz López Morales
Este siglo será el de la igualdad de género