Por Alejandro M.H.
Alumno del Taller de Radio
Fundación SoyComotu
Queridos lectores, nos encontramos en pleno siglo XXI y os presento a Rupert, un chico de treinta y dos años. Imaginativo, tímido, despistado y algo curioso, lo que le lleva a ser intrépido. Ello le llevará vivir asombrosas aventuras, como iréis descubriendo si seguís leyendo.
Una tarde de tantas, Rupert se encontraba caminando por un bosque de su urbanización, llevaba una sudadera negra con capucha, vaqueros azules y sus fieles zapatillas de deporte en color azul y rojo, con él llevaba una lupa de bastante intensidad por si encontraba algo difícil de ver. Eran las cinco y media de una fría y húmeda tarde de invierno, por lo que estaba anocheciendo.
-”¡Jo…pe!. De noche ya…..¡y aún no he encontrado nada interesante!”-dijo Rupert-.
Lo que Rupert no sabía, era que esa misma tarde encontraría algo, o algo se encontraría con él, que le cambiaría la vida para siempre… Rupert siguió caminando y escucho el ulular de un búho. Cuando llegó al árbol donde se encontraba, sacó de su bolsillo derecho la lupa, para observar mejor. Vió que se trataba de un búho común, posado en una de sus ramas, mientras lo observaba le llamo la atención, que siempre mirase en la misma dirección, debajo del árbol. Rupert miró y encontró en el suelo una extraña piedra que le llamo mucho la atención, al ser poco común. Era de un tono azulado, con cuatro puntas. Lo que le daba aspecto de estrella, se agachó para cogerla y al tenerla en sus manos observo que tenía en el centro las palabras: keydoortime.” ¡Ostras! esto es alucinante, parece extraterrestre. El centro de la piedra también tenía números para indicar fechas, Rupert giro el mecanismo del centro de la piedra y puso al azar una fecha, ¡que es esto! dijo Rupert… un poco asustado a un que más lleno de asombro. La piedra estaba moviéndose en sus manos y empezó a desprender luz que lo envolvió y lo hizo caer como por un agujero de gusano lleno de luz azulada, en dirección hacía abajo como si callera a un vacío. Pasados unos segundos, la sensación de caer, cesó y la luz azul se desvanecía, dejando paso, a un paisaje totalmente diferente, al de antes. Rupert asombrado vio, que aquello no se parecía en nada al bosque de su urbanización. Miro la piedra que aún estaba en sus manos y comprobó que la fecha que puso al azar, era de siglos atrás. Miro a su alrededor y vio que se encontraba en una plaza, de la Roma antigua, era un día soleado sin nubes, Rupert aún no terminaba de creer lo que estaba viendo y se pellizco varias veces en un brazo. Creyendo que estaba dormido y comprobó que no se trataba de un sueño. Un carro freno cerca de él llevaba tinajas de vino y el hombre que lo llevaba, se bajó de este y empezó a poner las tinajas en un puesto. Rupert vio que se trataba de un vinatero, era un hombre recio con aspecto de tosco. Miro con asombro a Rupert.
Vinatero: ¿vienes de fuera? pregunto con voz ronca.
Rupert: si…
Vinatero: ¿de muy lejos?
Rupert: Un rato lejos…respondió Rupert casi riendo.
Rupert respondió en latín para poder comunicarse con el vinatero, una vez más comprobó la recompensa, de tantas horas de estudio en el idioma… En aquellos puestos no solo vendían comida y bebida, también ropa y calzados todo de la época, se veían, muchos puestos de sandalias romanas hechas de cuero, a Rupert le llamó bastante la atención, no se parecían en nada a las de su tiempo, ni siquiera a las de las pelis. Estas estaban geniales. Todo aquello le recordaba a las aventuras, de los personajes de comic, como Astérix y Obélix, o las aventuras de Alix. Se fijó que en el centro de la plaza había una estatua en mármol blanco, del emperador Augusto, primer emperador de Roma. Rupert pensó, que se encontraría más o menos en el año: 30 a. C, durante su reinado. Había un reloj de sol junto a la estatua, Rupert hecho un vistazo y vio que marcaban, las diez de la mañana, una hora muy diferente a la de su reloj de pulsera. La gente lo miraba, posiblemente por su ropa, totalmente diferente a la de aquella época. Rupert saco la piedra para verla y de repente. Se le acercó un tipo bastante extraño con aspecto siniestro que le pregunto: ¿de qué es y de donde esa piedra que llevas contigo?
Rupert: ¡esto…! Un regalo de fin de carrera, respondió para salir del paso y hecho andar con decisión, guardando la piedra en el bolsillo, que llevaba la sudadera, en medio de esta, sin soltarla de sus manos, metidas dentro de él. Más adelante se topó con una panadería, que tenía un horno de piedra en la entrada, de donde estaban sacando pan y dulces. Una mujer gruesa, con aspecto de bonachona, peinada con dos trenzas, haciendo como dos aros a cada lado. Olía también aquello, que acercándose pregunto Rupert: ¿Que vale este bizcocho?
El grande un as y el pequeño una onza. Estos bizcochos están elaborados con agua miel y frutos secos, me dijo con tono amable y grado de comerciante. Rupert viendo que no tenía ese dinero se le ocurrió ofrecerle hacer un trueque.
Rupert: ¿me cambia esta lupa por un un bizcocho grande?
La lupa le llamó bastante la atención y observándola dijo…
Panadera: De acuerdo…respondió ella convincente en el cambio.
La panadera envolvió el bizcocho, con un papel blanco y después me lo entrego a cambio de la lupa, gracias le dije, a ti respondió ella.
Rupert siguió caminando y vio que en el centro de la, plaza, donde se encontraba la estatua junto al reloj de sol, había a su lado alguien actuando, con una máscara de teatro en la cara, se acercó y vio que se trataba de una guerra púnica. El hombre que hacía la función, se veía tenaz y ágil, con voz grabe y bonita, de esas que su timbre, se quedan en el oído. Cuando la representación termino, se inclinó con reverencia para saludar al público, la gente empezó a aplaudir con entusiasmo y una vez terminado el aplauso, el artista sin quitarse la máscara se sentó a tocar un laúd y la gente le echaba monedas en un platillo, que se encontraba frente a él. Rupert quería también agradecerle, su representación teatral y música y le ofreció el bizcocho; toma si lo quieres te lo doy. Gracias le dijo. Él le entrego una tira de cuero, con dos máscaras de teatro cruzadas a esta, que llevaba el artista en el cuello. Rupert le dio las gracias mientras se las ponía, con emoción de no esperar ese regalo. Se despidió del artista y siguió caminando, ya pensando en intentar regresar a su tiempo. Antes de salir de la plaza, se cruza con una señora muy guapa, con los ojos azules, de cabellos largos y ondulados en color dorado, llevaba un vestido largo de color blanco, acompañado por una capa con capucha, del mismo color. Ella le dice: la salida está en el tiempo, con voz suave y dulce y desapareció entre la gente. Aquellas palabras le recordaron como había llegado hasta ahí. Rupert un poco aturdido alejándose de la plaza, donde había menos gente, saco la piedra de su bolsillo y puso la fecha de su época y ocurrió otra vez. Al moverse la piedra lo envolvió en luz y lo introdujo en un vacío, haciéndole caer como hacia abajo, envuelto en luz. Pasados unos segundos apareció en el mismo lugar, del bosque de su urbanización, junto al árbol donde encontró la piedra. Miro su reloj y marcaba la hora y fecha correcta, desde su partida. Tocando su cuello se dio cuenta de que llevaba con él, la tira de cuero con las dos máscaras. A lo que Rupert dijo: ¡Alucinante!