Por Mª Nieves Martínez-Hidalgo
Doctora en Psicología y Psicóloga Clínica
Presidenta Fundación SoyComotu
Como dice Corrigan en uno de sus últimos artículo “Lessons learned from unintended consequences about erasing the stigma of mental illness” (2016), psiquiatras, psicólogos y otros profesionales de la salud mental debemos intentar mantenernos en el asiento trasero de esta gran empresa internacional que es la lucha contra el estigma.
Son las personas con problemas de salud mental las que deben alzar la voz y encabezar los movimientos sociales en pro de sus derechos, los que deben participar en mesas de trabajo, congresos. Las personas con experiencia vivida en el terreno de la enfermedad mental son las que tienen que conducir esta lucha. Nihil de nobis sine nobis (Nada de nosotros sin nosotros) es el eslogan que han adoptado los movimientos pro derechos de las personas con discapacidad, afirmando con ello que no se debe hacer ningún tipo de acción política sobre un grupo sin la plena participación de ese grupo.
A los especialistas nos toca un lugar a la sombra, ejercer un rol de apoyo que facilite el empoderamiento de las personas con problemas de salud mental. No se trata de un papel frustrante, más bien es un rol relevante ya que nuestro apoyo a estas voces, a estas historias de vida, de lucha, de recuperación, aporta energía, confianza y una imagen positiva de la salud mental a la ciudadanía general que va abriendo una brecha, cada vez más amplia y más profunda, en el muro del estigma público o social.
TESTIMONIO EN PRIMERA PERSONA
Una voluntaria activista
“Siento vergüenza ahora, siempre fue así, la vergüenza es el eje central de mi existencia. No es culpa, no es enfado, es rechazo hacia mi misma, pero un rechazo que sólo existe cuando los demás están presentes.
Aprendí a fingir, a interpretar un papel. Mi problema de salud mental, que estuvo ahí desde los 12 años, siempre fue invisible, no porque no estuviera, sino porque nadie lo veía, ni siquiera yo misma. Los síntomas se disfrazaron de rasgos de mi personalidad y aquello que si que podía ser visible y que disparaba las alertas de la no-normalidad, se atribuía a que, simplemente, yo era así.
Empezar la vida adulta pensando que eres defectuosa o que estás tarada es iniciar una vida llena de vergüenza y de ganas constantes de querer morir. Y os preguntaréis ¿Cómo pudo pasar? ¿Era yo tan buena actriz? ¡NO!
Si lo pensamos bien, era la mejor explicación, porque nadie, ni siquiera yo, tenía la responsabilidad de hacer nada ¿Qué se podía hacer? Si es que yo era así. La gente prefiere pensar que eres rara, a pensar que te estás muriendo por dentro, porque para eso hay que interpretar el papel de la locura, ese que hemos visto en las películas. Para demostrar que tienes un problema de salud mental tienes que estar agitada, tienes que gritar y llevar el pelo y la ropa desaliñados, y aún así, no se te tratará con la compasión con la que cualquiera trataría a una enferma de cáncer; pero, al menos, con esta interpretación ya habrás saltado la primera valla de la carrera de obstáculos “llamada estigma” que esta sociedad interpone a las personas que tienen un problema de salud mental. Sí, es cierto, al menos habrás superado los problemas de ocultación.
Yo iba bien peinada y bien vestida y me paralizaba como si me cubriera un cubito de hielo hasta la garganta sin dejarme emitir sonidos de auxilio. Una vez se pasaba la crisis, volvía a mi “papel” de normalidad. La última crisis de hecho, la que me hizo pedir ayuda, tuvo lugar en un evento familiar importante, en el que creo que no hablé con nadie, escapé de allí tan pronto como pude, cogí el coche y me fui a una casa donde sabía que no habría nadie; pasé unos días, sola, consumiendo sustancias. Nadie se dio cuenta, pero decidí que no podía seguir así.
En ese momento, comenzó mi recuperación, que significó para mí, volverme a conocer, darme una oportunidad y respetar aquello que yo soy por encima de todo. No es un camino sencillo, pero al menos, para mí, significó vivir.
A día de hoy, aún me cuesta reconocer que tengo un problema de salud mental, y cuando lo digo entre personas cercanas, éstas me intentan rebatir: “que no lo tengo o que no se me nota nada”. A veces, no es suficiente con decirlo, es como si tuvieras que gritarlo y repetirlo mil veces porque nadie quiere escuchar que la persona que tiene enfrente tiene un problema de salud mental. Aunque he conseguido disociarme de mi problema de salud mental, yo ya no soy él. Convivo con él y necesito declararlo al mundo para seguir adelante.”